Envejecer o crecer? Allí está el detalle.
Para alguien que se ha pasado la vida corriendo, algunas maratones en pista y otras en la vida misma, los 43 se vuelve un número especial. Si lo llevo al campo deportivo, para un corredor 42 es un número importante porque son los kilómetros que tendrá que recorrer para hacer una maratón. Si pienso en lo que hice cuando culminé mi primera maratón, fue claramente bajar el paso. Necesitaba estabilizar mi corazón porque sentía que se me salía del cuerpo por la velocidad que puse y la adrenalina que tenía al llegar. Después de trotar a paso muy ligero para luego caminar, me permití despansurrarme en plena vereda, así sudada, recorrida, satisfecha. Si pienso en mis 43 en el campo personal también los he vivido corriendo.
Comencé a trabajar en publicidad desde los 18 mientras estudiaba en la noche, aún recuerdo correr al paradero para que el micro no me deje y llegar a tiempo desde La Molina donde quedaba la productora donde trabajaba hasta mi Instituto. Ya tenía un tercer trabajo a los 21 que me permitió mudarme sola, cosa que era poco común en mi época. No voy a entrar en detalles pero digamos que el buen Modesto aun portero de ese edificio, tiene buen material para un reality. Viví intensamente mis 20s con subidas y bajadas, certezas e inseguridades, amores y desamores incluso hacia mí misma. Terminé mi maestría en un año viajando que era dictada en 4 países del mundo cada dos meses, mientras trabajaba, era esposa y tenía una niña de 2 años. Me divorcié por segunda vez a los 33, publiqué mi cuarto libro a los 39. Decidí fundar mi propia empresa a los 40 y hace una semana casi tres años después tomé mis primeras vacaciones justamente para celebrar mi cumpleaños. Me casé por tercera vez a los 42 con un hombre que hasta el día de hoy me deja puesta la pasta de dientes en el cepillo antes de acostarnos. Mirándolo en retrospectiva estos 43 años han sido intensos, podría decir que me tomé a pecho eso que le canta Arjona a las cuarentonas “póngale vida a los años que es mejor”.
Sin embargo tengo que reconocer que en este cumpleaños sentí esa misma sensación de mi primera maratón, esas ganas locas de despanzurrarme a mirar un ratito lo recorrido, de bajar un poco el paso sin detenerme en seco pero si con la velocidad correcta como para conversar mucho más con quienes tengo al costado, incluso tomarlos de la mano y contemplar el paisaje. No es que quiera dejar de hacer cosas pero supongo que quiero dedicarle el tiempo para disfrutarlas, procesarlas, asimilarlas, como cuando piensas que estás siendo productiva por almorzar en 5 minutos y ni siquiera fuiste capaz de masticar los alimentos. Quiero aprender a realmente saborear la vida y no tragarme los momentos como si fuera un jarabe cuando vivir es tan delicioso. Pero tan importante como la bajada de velocidad, pensé también en quiénes y qué quiero que me acompañe.
Pamela Rodriguez una amiga muy querida con la que tengo podcast llamado La labia que justamente explora la diferencia entre sentir que envejecemos o crecemos, me contó que hace un tiempo a lo Marie Kondo decidió reorganizar su clóset pero de amistades, para ello le escribió una carta a aquellas “amigas “ que consideraba tóxicas contándoles los motivos por los cuales ella no proseguiría frecuentándolas. Pamela me dijo cuan sanador había sido el proceso de rodearse de aquellos que genuinamente le hacen bien.
Pienso que a mis 43 quiero ocupar más mi tiempo con aquellas personas que me hagan bien y espero, yo a ellas. Amigas que están para ti en todos tus detrás de cámaras, dándote el abrazo que necesitas cuando las cosas no salen bien y no para la foto de instagram. A estas alturas de mi vida quiero invertir mi tiempo con personas auténticas y no en relaciones bamba. Me gustaría ir a más reuniones de las mamás del colegio de Fer y no ser la que siempre falta porque está trabajando. Más maratones con Fer pero en Netflix sin tener sentimiento de culpa por lo que podría estar haciendo. Quiero también tener una relación más amable con mi cuerpo de aceptación no de resignación ojo lo cual es muy distinto. Estoy envejeciendo, no voy a ser demagoga y decir que salto de emoción en saberlo, pero supongo que puedo mirar mis años como evidencias de mi experiencia y en vez de tapar mis años con ropa achibolada que al final te deja como vieja ridícula o abusar del botox y parecer un gato más del parque de miraflores, prefiero aspirar a ser una tía rica. Porque la calle, la esquina, los hallazgos, los desaciertos, los rollos de los días y por qué no del cuerpo, el recorrido, pero sobre todo, la vida te hace sexy.