Para soluciones grandes, palabras grandes.
Mi primer trabajo como creativa fue en una agencia de publicidad a la que me costó mucho trabajo entrar. Porque si aun hoy la presencia de redactoras creativas en la publicidad peruana es escasa, hace 22 años era nula. Recuerdo que mis compañeros se hacían llamar “los Chichos” una suerte de club de Toby, sólo que aquí todos eran flacos y bien a las Converse. Tengo que confesarte que yo moría por ser una “Chicha” (ahora que lo pienso bien que feo sonaba) en otras palabras, quería que me vieran de igual a igual y no como la mascota del grupo.
Por eso el día que un importante cliente aprobó mi primera campaña y me gané su respeto, estaba convencida de que ya sería la Chicha oficial y no me equivoqué, salvo por un pequeño detalle: en vez de Chicha me bautizaron como La Chichita, Cada vez que escuchaba ese apelativo me retumbaban los oídos, sobre todo porque siempre venía en combo cuando me querían pedir algo o me daban alguna recomendación de mi trabajo. Tenía esa sensación de que me trataban como la bebita a pesar de tener la misma edad, pero peor aun, sentía complacencia, como si les diera hasta pena corregirme y si bien seguramente también lo hacían con cariño, me hubiera encantado decirles fuerte y claro: Brother, en el trabajo no quiero tu cariño, necesito tu respeto.
Pero mi relación con los diminutivos no quedó allí. A lo largo de mi carrera he escuchado los flaquita, mamita, gordita y no sólo de parte del género masculino sino también de parte de otras mujeres. Pareciera que nos da miedo pedirnos cosas o dar una crítica constructiva cuando algo está mal. Preferimos el “ten mas cuidado por fis” que dar un feedback objetivo sin edulcorantes y por supuesto nos escudamos en el diminutivo para suavizar, minimizar y empequeñecer. El problema es que ese excesivo cuidado mal entendido nos quita competitividad y sobre todo excelencia.
Pero lo que es peor, subestimamos la capacidad del otro o tan malo como eso subsidiamos su incapacidad. Es como cuando algunos padres les siguen diciendo guau guau a sus hijos en vez de perro o tete en vez de chupete pensando en que aprenderán las palabras mas rápido y no se dan cuenta que las están aprendiendo mal. Lo mismo sucede en nuestra edad adulta y los diminutivos. Si hiciste mal tu trabajo, es mejor que no subsidien tu error, que te corrijan en altas y en negritas y que te enseñen con respeto pero sin suavizantes que hagan oler bonitas las palabras y de paso al que te cuestionó.
Soy una convencida del poder de las palabras por eso creo que parte importante de nuestra lucha por la equidad en el terreno profesional implica no auspiciar ni promover la complacencia ni siquiera en el lenguaje. Lo último que necesitamos como mujeres profesionales son diminutivos que suavicen, minimicen o reduzcan nada. Necesitamos palabras grandes para cambios, y sobre todo mujeres profesionales grandes.
No confundamos exigencia con falta de solidaridad, ni sororidad con amiguismo. Si queremos igualdad aprendamos a empoderar desde las palabras sin buscar que suenen cómodas sino desafiantes y hasta incómodas porque todo el camino que nuestras antecesoras han recorrido y todos los cambios importantes que han logrado en temas de equidad no se consiguieron caminando despacito ni hablando bajito y mucho menos pidiendo por favorcito.
Deja un comentario